ARTÍCULO DE OPINIÓN
Manuel Navas, president de la Federació d’Associacions Veïnals de Sabadell
La cohesión social se refiere al grado de conexión y solidaridad entre los miembros de una comunidad, al cómo las personas se sienten unidas, colaboran y trabajan juntas para alcanzar objetivos comunes, respetando las diferencias culturales y brindándose apoyo mutuo. Una comunidad, sea un barrio o un municipio, cuanto más alta sea la cohesión, más estable será y estará mejor preparada para abordar problemas, superar obstáculos y avanzar, aprendiendo de la experiencia y fortaleciendo su capacidad para afrontar desafíos.
Por el contrario, cuando en un espacio comunitario los distintos colectivos y culturas que convergen viven de espaldas unos a otros, con poca o nula comunicación, resulta imposible reconocer problemas comunes y establecer objetivos compartidos. Aún peor, el aislamiento genera desconocimiento, lo que a su vez alimenta la estigmatización, los prejuicios y la desconfianza hacia “los otros” grupos (los gitanos, los negros, los payos, los moros, los sudacas, los chinos, los pakis,….). De ahí a la culpabilización hay solo un paso. Con estos ingredientes, la probabilidad de conflicto cultural es alta y cualquier incidente puede afectar a la convivencia y aumentar la parcelación entre colectivos.
No es casual que tal escenario pueda conducir a que los choques o crispaciones surjan o se intensifiquen entre colectivos de distintas culturas u orígenes, debido a problemas o disputas que a menudo surgen por falta de comunicación y/o la ausencia de la mediación necesaria por parte de la administración, como sería deseable. Sin embargo, en tales conflictos, ni suele aparecer, ni se denuncian, las causas estructurales de los problemas, a menudo ligadas a situaciones socioeconómicas precarias y de exclusión social, ni se identifica a los verdaderos responsables de la situación que básica y genéricamente es el modelo económico.
Este tipo de acusaciones mutuas entre colectivos, culpándose unos a otros por determinados problemas, alimentan los discursos de la extrema derecha que culpabilizan a la inmigración y la multiculturalidad de todos los males sociales y económicos habidos y por haber. Ejemplos recientes los hemos visto en el apuñalamiento del padre de Lamine Yamal o en el asesinato del niño en Mocejón, manipulando los hechos con comentarios miserables y penalmente punibles promoviendo el racismo y la xenofobia. En realidad, para ellos las víctimas son irrelevantes si no pueden obtener beneficio político, como lo demuestra el hecho de que solo aparecen en redes sociales lanzando bulos y discursos de odio cuando presumen (o no, les da igual) que el sujeto pueda ser un inmigrante. A otro nivel, pero preocupante, y que debiera encender alarmas, está el reciente conato de conflicto en Can Puiggener entre personas de los colectivos subsahariano y gitano.
Es importante recordar que, si el objetivo de la cohesión social es construir una sociedad en la que todos los individuos, independientemente de su origen o cultura, estén conectados y participen activamente en la vida comunitaria, el propósito no debe limitarse exclusivamente a la población inmigrante (aunque estos colectivos carguen con un plus adicional por su condición de inmigrantes). El problema afecta a diversos grupos y sectores, tanto inmigrantes como no inmigrantes, que, al encontrarse en situaciones de exclusión social o precariedad, contribuyen a la fragmentación de la sociedad. Por lo tanto, la cohesión social debe ser un fin inclusivo y amplio, que abarque a todos los miembros de la comunidad.
Lograr la cohesión en barrios o municipios donde la multiculturalidad es una realidad palpable y la inequidad social es una tarea compleja. Ni se debe caer en la ingenuidad ni en la demagogia, y no existe un algoritmo que solucione este desafío. Sin embargo, es fundamental que las administraciones, especialmente las municipales por su proximidad, implementen estrategias de intervención multidisciplinaria basadas en un diagnóstico consensuado creando marcos adecuados para ello. Estas estrategias deben abordar tanto la diversidad cultural como las desigualdades sociales para promover un entorno más inclusivo y cohesionado.
En el camino hacia la cohesión social, la sociedad civil organizada, y en particular las asociaciones vecinales por su naturaleza, desempeñan un papel crucial a la hora de fortalecer y capacitar al vecindario (el proyecto A Porta, estaría en esa línea), buscando la implicación y compromiso de los residentes para que, sintiéndose parte intrínseca de la comunidad, reivindiquen y trabajen por un barrio digno donde todas las personas, respetando la diversidad cultural y lugar de origen, podamos vivir y convivir. El empoderamiento es un eje imprescindible para lograr esta cohesión y debe guiar el diseño urgente de estrategias sociales y políticas que eviten la consolidación de brechas se consoliden que podrían volverse insalvables.
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