‘El bar de copas de Europa’, por Josep Asensio

Descubrir a José Antonio Marina es un placer. Sus pensamientos, reflexivos, pausados y prudentes, no esconden la amargura por las vicisitudes del mundo actual ni los peligros a los que nos enfrentamos. A finales del 2015 confesé en un artículo, Docentes: ni (tan) buenos ni (tan) malos, mi admiración por este filósofo cuya trayectoria es reconocida desde todos los ámbitos, no solo el educativo. Por aquel entonces había escrito Despertad al Diplodocus, un tratado sobre la necesidad de transformación de la escuela. Ahora vuelve con Biografía de la humanidad, otro análisis sobre la capacidad creativa y destructora de la Humanidad.

Leer a José Antonio Marina nos muestra, por una parte, que, a sus casi 80 años, mantiene activa y enérgica su mente, y por otra, que es capaz de examinar cada una de las problemáticas actuales del ser humano. En Despertad al Diplodocus suplicaba amargamente, aunque con dosis de gran optimismo, la revolución para cambiar la escuela, para convertirla en la avanzadilla del país, demandando que los profesores fueran evaluados convenientemente y que los que lo hicieran mejor cobraran más. Reivindicaba que éstos fueran los más preparados, como ya pasa en los países nórdicos. En definitiva, una rebelión en toda regla que rompiera de una vez por todas nuestra mediocridad educativa, nuestro estancamiento perpetuo en los informes PISA y nuestro salto definitivo a considerar la educación como el pilar de nuestra evolución como país.

En Biografía de la humanidad va más allá. Su declarado y evidente humanismo lo transforma en un alegato en favor de la recuperación de nuestra herencia cultural, porque según él, corremos el riesgo de olvidar lo que debe permanecer como consecuencia de esa pasión por innovar que nos persigue. Marina nos vuelve a recordar que las relaciones humanas se están endureciendo, individualizando, lo que implica el abandono del tacto como camino para captar una situación e intentar resolverla adecuadamente. Con casi medio centenar de libros publicados, el filósofo español reclama la exploración de nuestra genética cultural, un viaje al pasado para entender nuestro presente y encarar ese futuro transhumanismo, esa condición humana marcada por el desarrollo tecnológico. Marina nos advierte de que los cambios se están produciendo a niveles impensables en otras épocas. El dominio del conocimiento no va a ser únicamente humano en las próximas décadas y por eso, deberíamos preocuparnos de saber quién va a tomar las decisiones, si una máquina o un humano. En este sentido, apuesta por la educación y la adecuación de nuestras mentes para que siga siendo el segundo.

En su último libro destaca también el arrinconamiento de la ética y su impresión de que los progresos que ha hecho la Humanidad son muy precarios, hasta el punto de que hay una parte importante de jóvenes que apuestan por el autoritarismo como salida a situaciones de paralización. Por eso cree importante recalcar esa vuelta a la recuperación de nuestra historia pasada para que no desaparezca de nuestros genes.
Interesante también su crítica a ese individualismo feroz y a los nacionalismos excluyentes. Marina es claro. Dice de ellos que “admiten los derechos de todos siempre y cuando pertenezcan a la nación. Si alguien cree que una nación, una raza o un grupo tiene derecho, los acabará ejerciendo contra quienes considera inferiores”. Ya en su libro La inteligencia fracasada decía lo siguiente:

“La glorificación de la libertad es una creación de Occidente. Otras culturas consideran más importantes otros valores como la paz, la concordia, la obediencia a la ley.” Y de completa actualidad, “El tirano, que vulneró la legalidad, apela a la legalidad cuando se ve vencido”.

Por último, Marina, que es un experto en elaborar frases cortas que poseen un tremendo significado filosófico, nos sumerge en una triste realidad en la que se encuentra España en estos momentos. Él piensa que si perdemos el tren del aprendizaje, seremos el bar de copas de Europa”. De hecho, lo somos desde hace décadas y ese tren del aprendizaje está ya perdido. Esa mezcla de frustración, casi de pesimismo, y de esperanza que transmite Marina, es, quizás, fundamental para no caer definitivamente en el pozo del fracaso absoluto. Pero la realidad nos está mostrando desde hace tiempo que ese bar de copas del que habla se ha instalado de manera perpetua en nuestro país, con pingües beneficios para el sector que, como norma, paga míseros sueldos a sus trabajadores. Unos asalariados temporales que admiten en privado que más vale eso que nada. Una situación que ya es tolerada y bien vista por gran parte de ayuntamientos que esperan que la temporada de verano llene locales de gentes venidas de toda Europa. Y cada vez son más lo que llegan con un único objetivo de diversión, alcohol y nulo respeto a la legislación vigente. Ni un mínimo interés por revertir esa situación.

Marina, como otros tantos, desea que el cambio humanista se produzca pronto. Espera que políticos honestos, con una enorme ética, sean capaces de dar esa vuelta al calcetín que transforme nuestra sociedad en una en la que la educación sea la base de absolutamente todo. Ahora mismo el sistema educativo está, naturalmente, mejor que hace cincuenta años, pero se ha instalado una especie de desidia, de desinterés por todo, que ha provocado que nuestras aulas sean poco más que una guardería donde los alumnos descansan y los profesores sueltan su rollo. No existen ni reglas, ni normas concluyentes. Se sigue el camino sin saber a dónde conduce. Ese individualismo del que habla Marina tiene también sus partes buenas, las del profesorado que apuesta por el humanismo como fundamento de sus explicaciones, pero que se frustra al apercibirse de que es completamente ignorado. Marina no tira la toalla. Esa es quizás, su mayor virtud. Y lanza una última idea, quizás siempre en su mente, pero nunca declarada: “somos animales espirituales”. “Nuestra especie es un híbrido de naturaleza y cultura, y eso demuestra el colosal dinamismo de la especie humana”. Marina es hombre de retos, esperanzado en un cambio que tiene que llegar algún día. Su edad no ha acarreado desánimo, muy al contrario, deja un legado de procedimientos para nuestra salvación como especie en el ámbito emocional y por este motivo debemos tenerlo muy en cuenta.

Foto portada: turistas británicos en Magaluf.

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