Lona de Vox, al carrer d'Alcalá de Madrid. Font: @vox_es Twitter

‘Ya no son amenazas’, por Josep Asensio

“No son moderados: no lo fueron pactando en 140 municipios con Vox, incluso en aquellos en los que no hacían falta esos pactos para lograr la alcaldía, por ser primera fuerza o contar el PP con ediles suficientes. No fueron moderados con el pacto de la Comunitat Valenciana, aceptando la violencia intrafamiliar, igual que no fue moderado Feijóo al referirse al maltrato del candidato de Vox a las generales por València como “un divorcio complicado”. No son moderados al nombrar como vicepresidente de la Comunitat Valenciana a un filofascista que duda, y es fácil consultarlo, si llama a su nuevo caballo Caudillo o Duce. Pero toda su estrategia pasa por aparentar serlo”.

Elizabeth Duval, escritora


Algunos no han tardado ni horas en ponerse de acuerdo para suprimir lo que ellos llaman “imposiciones”, “falta de libertad”. Una vez más, esa palabra prostituida, humillada, ultrajada. Y en ayuntamientos y comunidades autónomas, el pacto PP y Vox supone, no tan solo la supresión de concejalías y consejerías de Igualdad y de otras áreas de transformación social, sino también la eliminación de carriles bici, de las ayudas a colectivos en riesgo de exclusión social, la potenciación de actividades taurinas y de la Semana Santa, la supresión de subvenciones a entidades relacionadas con la cultura y la lengua vernácula en las comunidades que la tienen. En fin, una locura, a la que se añade el escarnio y el rechazo a manifestaciones contra la violencia de género, la retirada de banderas LGTBI en los balcones de los ayuntamientos, acuerdos para la derogación de la Ley de Memoria Democrática en comunidades autónomas y entes locales y la eliminación de los puntos violetas contra la violencia sexual en fiestas locales. “Vamos a quitar de nuestras fiestas municipales los puntos violetas podemitas”, vomita Sonsoles Palacios, segunda teniente de alcalde y concejala de Vox del área de Servicios Sociales, Familia y Mayores del municipio madrileño de Torrelodones. ¿Por qué tanto odio?

Y seguramente ahí no acaba la cosa. El retroceso en todos los ámbitos puede ser letal si el día 23 de julio el PP y Vox suman la mayoría absoluta. Porque, a pesar de esos equilibrios que Feijóo intenta hacer, pactando con Vox a pocas horas del resultado de las elecciones autonómicas en la Comunitat Valenciana, y rechazando ese mismo pacto en Extremadura, la realidad es tan clara como despiadada. Y parece que estamos como resignados, impasibles, diría yo, cuando, objetivamente, todavía queda mucho tiempo para revertir esa situación que algunos ya dan por hecha.

No obstante, la afrenta contra la ciudadanía en general es tremendamente escandalosa. En Elche, por ejemplo, PP y Vox firmaron el pacto en la ermita de Valverde con una cruz franquista de fondo, poniendo el énfasis de su acuerdo en la supresión de las zonas de bajas emisiones, potenciando “la libre circulación de los coches”, lo que puede suponer la pérdida de millones de euros de fondos europeos comprometidos para estos proyectos de movilidad urbana sostenible. En Valladolid y en Gijón también han decidido acabar con esas normativas, vendiéndolo como un triunfo, como una victoria frente a las “imposiciones sanchistas” que “atentan contra la libertad”. Y qué decir de la presidenta del PP en Extremadura, obligada a retroceder en su moderación. ““No puedo dejar entrar en el gobierno a aquellos que niegan la violencia machista, a quienes usan el trazo gordo, a quienes están deshumanizando a los inmigrantes y a quienes despliegan una lona y tiran a la papelera una bandera LGTBI”, dijo hace tan solo unos días. Consciente de que la echaban si no rectificaba, María Guardiola, se tragó sus principios, su coherencia y las líneas rojas que ella mismo había marcado para acabar engullida por el extremismo de su propio partido y de sus dirigentes. Y Vox sonríe…

Y lo peor, dicen, está por venir, porque, además de esta “defensa de la libertad”, aunque cueste miles de muertos, hay un objetivo muy claro, que es acabar con esa chusma que invade las calles y que molesta a la gente de bien. Los pobres, los más vulnerables, los homosexuales, los que buscan a sus familiares en fosas comunes, los que salen a las calles para pedir lo que sea, los inmigrantes, los de religión diferente a “la de todos los españoles”, los defensores de ciudades más humanas, que mejoran la calidad del aire que respiramos, todos esos van a sufrir las consecuencias de este retroceso. Lo explica claramente la periodista Cristina Fallarás en “La venganza de las derechas“. Y un párrafo que lo resume todo: “Todos ellos creen que ha llegado la hora de vengarse. Les parecen demasiados años ya “de mariconadas”. Han construido su odio año a año, solos o en manada. Eso lo conocemos, lo vemos cada día desde hace ya tiempo. Ahora tienen sed de venganza. Es un paso más. Para eso están pactando en ayuntamientos y comunidades autónomas. Tienen prisa y ya han empezado. Es la venganza de las derechas. Repasemos la historia”.

Y no nos damos cuenta de que esa vulnerabilidad que se le atribuye a determinados grupos, casi como un estigma, puede ser propia en algún momento de nuestras vidas. Y entonces, padecer ese mismo rechazo en nosotros mismos o en nuestro círculo de amistades o familiares. Y aún hoy, cuesta creer que ese pacto PP y Vox se fundamente en la mentira, en la muerte, en la economía por encima de cualquier cosa, en la relajación de controles al ganado bovino en Castilla y León, aun sabiendo que la enfermedad que tienen es contagiosa a humanos. ¿Cuántos ejemplos más tenemos que poner para darnos cuenta de que les importamos una mierda?

Y un torero franquista como consejero de Cultura en Valencia, que niega la violencia de género; un presidente del parlamento balear machista, racista, homófobo, antiabortista, antivacunas, anti eutanasia, negacionista del cambio climático, convencido de la teoría del “gran reemplazo”, de la “gran sustitución”, en la que se afirma que los africanos van a sustituirnos en toda Europa. Un odio al que se le añaden frases inmorales como que “las mujeres son más beligerantes porque carecen de pene” y que los perseguidos no son los gais, sino los militantes de Vox. No nos engañemos. Aunque lo diga un dirigente de Vox, ha sido puesto ahí gracias a los votos de cargos electos del PP.

Y lo peor, es que ese odio generado por la derecha y la extrema derecha ya no siente vergüenza de verbalizarlo en la calle o en una pancarta. Los del PP, con camisetas en las que luce la frase “Que te vote Txapote” y los de Abascal con esa lona ignominiosa en la que promete el exterminio “de todos los que no sean heteros, católicos, machistas y patriotas”, en palabras del dramaturgo Paco Becerra. “El nazismo ya está aquí”, afirma con contundencia. En Italia, Giorgia Meloni ya ha comenzado a dar pasos para eliminar derechos a los hijos de parejas lesbianas. Ese es el espejo de PP y Vox. Pero algunos no se lo creen; o desean con todas sus ansias que llegue esa ola que acabe con el “comunismo”. Pobrecitos, no saben que ellos también van a ser señalados en algún momento, por cualquier motivo, porque molestan a esa élite de fascistas que nunca aceptaron la democracia, que siguen sin aceptarla y que desean llegar al poder para acabar con los “privilegios” de la gente para dárselos a los de siempre. Y los jóvenes, muchos de ellos ausentes de la vida política, absortos en sus estudios, en sus trabajos precarios, prefieren meter la cabeza bajo el ala, creyendo que a ellos no les va a afectar. Y no es meter miedo, no se trata de eso. Es precisamente el miedo, relacionado inexorablemente con la falta de cultura, la que hace que muchos aplaudan esas medidas. Prefieren meterse en sus casas, en sus pensamientos, exacerbar ese individualismo inhumano, pretendiendo así que se salvarán de cualquier envite.

La periodista Neus Tomàs es contundente en sus afirmaciones: “La esperanza, como escribe Solnit, nos sitúa en la hipótesis de no saber qué pasará. Pero es más fácil actuar cuando la incertidumbre es tan amplia. Deberíamos tener claro que bajar la cabeza no es una opción, puesto que sería tanto como permitir que se normalice la homofobia o se fomente todavía más el racismo. De ahí que quedarse en casa no sea una opción”.

Foto de portada: pancarta de Vox, al carrer d’Alcalá de Madrid. Font: @vox_es Twitter

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