Sor Lucía Caram: “Después de la crisis la gente será más humana”

La monja dominica, nacida en argentina pero vecina adoptiva de Manresa, atendió a las preguntas de iSabadell antes de presentar su libro A Dios Rogando en la Llar del Llibre. Un acto que congregó a una numerosa cantidad de ‘fans’ y ‘fieles’.

“Es una mujer genial, pero tiene un problema para mí: es monja”, arguye la persona que presta el libro de la aludida al entrevistador. “Es una crack; si incluso salió en Buenafuente”, precisa un compañero de redacción. Sor Lucía Caram es una persona que no pasa desapercibida y difícilmente deja indiferente. Para muchos encarna un ser mediático que se erigió, en su momento, profeta omnipresente de pantallas y redes sociales. En su expediente consta que es una hermana contemplativa nacida hace 47 años en el Tucumán argentino y que vive desde hace 20 en Manresa; aunque eso de ser una monja de clausura contiene un punto de las más fina ironía frente al discurso sin tapujos que la ha hecho célebre. Tomar la palabra de Sor Lucía es viajar a una época en la que fácilmente podríamos confundirla con una guerrillera revolucionaria o una de las últimas cruzadas. Aunque también es posible que ese credo social que trata de predicar e inculcar al mundo, se antoje hoy más necesario que nunca.

¿En qué momento decide entrar en la Iglesia?
Creo que nací dentro de la Iglesia, porque vengo de una familia de tradición católica y muy religiosa. A los 18 años decido irme al convento. En ese primer momento yo hago una opción libre, dentro de la vivencia de la fe. Después comencé mi camino en la vida religiosa, trabajando al lado de los más pobres, en lo que quería, la vida contemplativa. Cuando vas madurando te das cuenta que la fe que has recibido de tus padres no es tu fe, porque ésta madura. Y la fe de la iglesia no es tu fe, porque la iglesia no cree por ti; cada uno es el que tiene que creer. En ese punto es cuando te vuelves más crítico y también te encuentras con las auténticas motivaciones; cuando descubres realmente la fuerza del Evangelio; cuando te das cuenta de que no sigues una ideología ni un conjunto de dogmas, sino que la fe es la manera de estar presente en la sociedad, una manera de vivir. He vivido muchísimos años lo que Pere Casaldàliga decía: “En la iglesia católica es muy difícil ser cristiano”, una frase que podía hacer mía. Y eso es lo que nos ha pasado durante mucho tiempo. Ahora estamos en un época de más normalidad, volviendo a la frescura del mensaje del Evangelio. Esta es la opción a seguir, el mensaje de Jesús, que tiene poco que ver con todo lo institucional que se ha montado.

Volviendo a sus inicios eclesiásticos, se vivían tiempos complicados en Argentina [últimos años de la dictadura y primeros de la democracia]. ¿Hasta qué punto influyó en su visión del mundo?
Soy del Tucumán, el sitio donde se dio la lucha más fuerte en tiempos de la dictadura militar. Recuerdo que cuando entrabas al Tucumán había un cartel que decía: “Bienvenidos al jardín de la República, cuna de la independencia (de España) y sepulcro de la subversión”; porqué decían que era allí donde más guerrilleros se habían matado.  En aquel momento estaba todo muy polarizado, pasamos miedo, sentimos bombas, veías militares por todos lados. Ellos eran los buenos y te protegían de esa izquierda peligrosa y de los guerrilleros, que significaban un peligro para el sistema. Cuando empiezas a tener un espíritu crítico, con 16 o 17 años, empiezas a pensar que todo lo que vives es una aberración. Como cuando ibas por la calle y, a una determinada hora, sonaba la campana de la iglesia y tenías que pararte a cantar el himno. Empiezas a darte cuenta de que era un sistema totalmente opresivo. Cuando tenía trece años recuerdo que íbamos una vez por semana al hospital militar, y nos daban clases para ser enfermera de reserva por si “nos teníamos que defender”. Esto era una obligación, no había alternativa. Y si los padres decían que no ibas, eran acusados de colaboradores con el terrorismo. Todo esto te va dejando huella, lo interiorizas. Estoy segura que si hubiera tenido 17 o 18 años en tiempo de la dictadura militar, sería una desaparecida, estoy convencida [ríe], me faltaron años.

Ha relatado una realidad difícil, ¿qué visión tiene de la que estamos viviendo ahora?
Una situación dramática, sobre todo porqué en este momento estoy situada al lado de los perdedores. En un banco de alimentos, acogiendo gente en un albergue para personas que se han quedado sin techo, y en pisos a familias que se han quedado sin nada. Hay dramas tremendos. En el mes de julio abrimos la residencia para personas sin hogar. Viene un chaval que no había cumplido 18 años todavía, y que el día 23 de ese mes lo ‘tiraban’ a la calle con su madre. Él tiene una neurofibromatosis, están por amputarle una pierna. No tenía derecho a ningún tipo de ayuda, ya que el informe del asistente social decía que podía empezar a cobrarla el día que le cortaran la pierna. Pero ya ni siquiera se la pueden cortar porqué la enfermedad está generalizada por todo el cuerpo. La suerte es que en ese momento lo pudimos acoger.

Historias cómo ésta hay en cantidad. Abrimos una residencia para personas sin hogar pensando en un perfil de gente de 45 años, mayoritariamente hombres, que generalmente son los que están en la calle; y el resultado es que tenemos ocho personas menores de 20 años. Algo está pasando. Son personas desesperadas y en situación de marginación; algunos con intentos de suicidio. Pero es que también tenemos empresarios de la construcción, cómo el caso de uno al que dejaron de pagarle los ayuntamientos, se fue endeudando, no pudo soportar el golpe y se quedó en la calle. Y después viene el gobierno y te dice que esto son simples estadísticas y que no es lo que está pasando.

Estos días la ministra [Ana] Mato decía que el problema que había con la alimentación no era de la crisis; sino que no se respetaba la dieta mediterránea, la gente estaba mal alimentada. La realidad es que no tienen para comer. En Manresa hay 75.000 habitantes y atendemos a 1.300 familias. Estamos cubriendo necesidades esenciales, es una vergüenza que el Estado no garantice que todo el mundo las tenga cubiertas. La Constitución, con la que se llenan la boca muchos, tendría que garantizar un techo y una vivienda, y no lo está haciendo. Es un estado que ha fracasado.

 ¿Es la fe una solución para estas personas?
Tengo muchísima gente que no es creyente o que no es practicante, y que está viviendo esta situación de una manera no muy diferente de aquellos que tienen fe. La fe no te soluciona los problemas. La fe da una esperanza que te ayuda a luchar y a esperar de otra manera, aunque no te quite el sufrimiento. Después de esta crisis, no sé si tendremos más practicantes o la gente será más religiosa, pero sí que creo que será más humana. Hemos sido capaces de crear una red de complicidad; el hambre y la vulneración de los derechos fundamentales nos ha despertado y nos hemos dado cuenta de que somos hermanos en la naturaleza humana. Y que la única religión válida es la del servicio, la de la humanización, la de la fraternidad. Si la religión no sirve para dar fe, para dar fuerza, para acompañar los procesos, para consolar sin condenar; no sirve para nada.

Lucía Caram¿Es más fácil una postura crítica como la suya sin pagar hipoteca ni impuestos?
Nuestra situación es muchísimo más fácil de la que está la gente. Estoy en un convento en el que hemos cedido la mitad del monasterio para acoger proyectos sociales. Mantener semejante edificio es una ruina para los que estamos allí dentro, con lo cual tenemos que simplificar y ceder estos espacios a la gente, porqué nosotros los hemos recibido pero no son nuestros. Creo que lo que debemos hacer desde la iglesia para tener credibilidad en este momento es, como dice el Papa Francisco, ser pobres; y así podremos ser realmente la iglesia de los pobres.

Una cuestión técnica de religión. ¿A los corruptos, defraudadores y a todos aquellos que se han lucrado con la tragedia de los otros o los ha conducido a más tragedias, se les pueden absolver los pecados?
Una de las cosas en la que la biblia es muy dura es en el ‘ay de aquel que’, por ejemplo, retiene el salario de su trabajador. Todo el tema de la injusticia social y de la moral auténtica es éste. Creo que en definitiva, cuando hay un cambio de conducta y cuando uno se da cuenta de que ha hecho algo mal, más que te perdonen, hay un cambio de vida. El perdón no viene de fuera, el perdón tiene que venir desde una conversión interior. Si no hay un cambio interior, no sirve de nada que te vayas a confesar y que te den la absolución porqué eso es jugar. Hay uno que conoce el corazón de cada uno y a este no lo engañamos. Es Dios y nosotros mismos.

Usted habla de la dimisión de los políticos ¿En la Iglesia también se deberían depurar responsabilidades por todo lo que ha pasado?
Creo que sí. El Papa Francisco se está aplicando a fondo con todo esto, ha dicho ‘tolerancia cero’. Está dando tiempo, pero ya ha hecho una reforma en todo el tema de la banca vaticana y en el de la pedofilia; en este último ha nombrado una comisión con una mujer que había sido abusada. Esto también te va dando un indicativo de que hay cosas que empiezan a cambiar. Hay que depurar responsabilidades y creo que lo estamos haciendo. A nivel macro se está haciendo; a nivel local están tomando nota y espero que también se haga.

Le cito un destacado que aparece en la página 139 de su libro: “La política es demasiado importante como para que nos despreocupemos y la dejemos sólo en manos de los políticos”. ¿A usted le gustaría participar en política?
No. Creo que todos, de alguna manera, participamos en política; todos hacemos política cuando nos decantamos por un modelo de sociedad y trabajamos por él; pero nunca me tiraría a la primera línea porqué perdería absolutamente toda la libertad que tengo en este momento. Y porqué creo que soy demasiado anárquica como para entrar en la disciplina de los partidos, más cuando me costó tanto entrar en una disciplina a nivel institucional como la del sacerdocio. No sería capaz.

¿Y cómo ve que la iglesia intente influir en algunas políticas?
La iglesia, como todos los ciudadanos, tiene derecho a decir lo que piensa; pero el hecho de querer imponer una ética de máximos, a una sociedad con una ética de mínimos para la convivencia, es un error. Aunque debo reconocer que a todos se nos ha dado la libertad y que nadie se puede meter en la libertad de los otros.

Lucía Caram¿Ha leído el libro Cásate y sé sumisa?
No, he leído algunos comentarios y algunos párrafos, y me parece que habría que censurarlo ya simplemente por el título. Y no sé cómo no se han tomado medidas con el obispo que ha promovido esta publicación.

¿Qué piensa de la desigualdad que hay dentro de la Iglesia?
Pienso que hay una absoluta injusticia respecto al papel que tiene la mujer dentro, y no me refiero solo al tema de la ordenación como sacerdote. El 70 por ciento o más funciona gracias a las mujeres. Por ello debe ser un sistema más democrático, inclusivo y que no sea tan patriarcal; porqué está fuera de la situación, de la sintonía y de la moralidad que vive el mundo.

¿Y por qué la mujer no se rebela dentro de la Iglesia?
Hay mucho movimiento por parte de la mujer que está reivindicando su papel y que nunca ha renunciado al tema del compromiso desde el evangelio. En cuanto al tema de entrar dentro de los órganos de poder y decisión, creo que va a haber todo un movimiento, pero existe una estructura tan cerrada que no hay lugar absolutamente para nada de diálogo.

¿Figuras como Teresa Forcades o usted misma, son más necesarias en la iglesia?
Es necesario que seamos cada vez más lo que tomemos la voz dentro de la iglesia y dentro de la sociedad. No tenemos que esperar a que nos den la voz oficialmente; oficialmente ni a Teresa Forcades ni a mí nos la han dado. Hemos tomado la voz dentro de la sociedad y por eso estamos hablando.

Para terminar, ¿le gusta estar bajo el foco mediático?
No, uno pierde mucha libertad. Pero si esto sirve para despertar conciencias y explicar lo que estamos haciendo con absoluta transparencia, creo que es un servicio. Y que la opinión pública es un derecho de todos, y no podemos más que explicar lo que hemos visto y oído; al menos para que cada uno saque sus propias conclusiones.

Fotos: David B.

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