El bufón y el rey

Opinión: ‘El necio y el rey’

En un país muy lejano, existía un castillo donde su rey, todopoderoso y hambriento de vanidad, gobernaba a su antojo. Todos intuyeron su ignorancia y su implacable sed de poder desde el primer momento pero su personalidad carismática y su estudiada habilidad eclipsaron por un tiempo el monstruo que llevaba dentro. Supo rodearse de ineptos que nunca se atrevieron a contradecirle: un panadero, un músico frustrado que se organizaba él mismo sus conciertos para verse aplaudido por los suyos, una bailarina, una especie de educador proveniente de los sectores más desfavorecidos que había alcanzado la gloria real, un bufón surgido de los teatrillos locales y, bueno, una amalgama de seguidores del rey que lo único que buscaban era poder comer cada día.

En aquellos tiempos, la oposición al rey era mínima y su falta de unidad impedía su derrocamiento. Además, una telaraña bien tejida de clientelismo y de favoritismos, donde familiares, amigos y conocidos bebían del jugo del poder, hacían imposible cualquier movimiento de sus detractores y afianzaba su reino.

Los años pasaban y el pueblo llano ignoraba que su rey se enriquecía a su costa y pagaba los impuestos sin rechistar a pesar de que el hambre avanzaba sin piedad. Muchos nobles y artesanos tenían que pagar tributos especiales si querían entrar al servicio de la corte y éste los despreciaba si no accedían a sus coacciones y amenazas. Los más pudientes pagaban y se convertían en súbditos atemorizados pero con trabajo. Otros partían hacia otros reinos más justos. Así pues, se instalaron en esos parajes el miedo, la opresión más absoluta y la barbarie, donde solo unos pocos disfrutaban de su condición mirando hacia otro lado al cometerse actos de corrupción. El rey expulsó a la reina y buscó una compañera a la que nombró princesa, esposa y administradora del reino y su hermano por fin entró en palacio para cumplir las órdenes del rey.

Pero la gran tragedia del ser humano es, entre otras, que nada de lo que hace queda impune y uno de los artesanos se atrevió a denunciar lo que la evidencia mostraba. La justicia no era muy objetiva en aquella época, pero después de las pertinentes indagaciones, imputaron al rey una larga lista de irregularidades que borraron de un plumazo la supuesta y bien urdida trama de honorabilidad real.

Sin dilación, el rey puso en marcha todos los mecanismos para desmentir las acusaciones, reuniendo a nobles y plebeyos dentro y fuera del castillo. Aunque nombró un sucesor en la sombra, el pelele hablaba siempre después de haberse reunido con su majestad y no aportó ni un ápice de libertad ni de cambio en el reino ya señalado por la corrupción.

Justo unos días después de las acusaciones al rey, empezaron a oírse proclamas en su defensa que provenían de una parte del castillo. Desde lo alto de un solitario torreón se escuchaban las más vergonzosas mentiras jamás escuchadas por el pueblo. Una serie de sandeces e improperios eran recitados día y noche desde su interior por un personaje que rápidamente fue apodado “el necio del torreón”.

Los instrumentos del pueblo eran primitivos y desde la base de la torre se lanzaban piedras y se proferían gritos e insultos que pedían al adulador del rey que parara de vocear las cansinas alabanzas. Muchos se preguntaban cómo era posible que una persona pasara tanto tiempo allí encerrado con el único fin de manipular la realidad. El pueblo era pobre, pero no necio.

Finalmente el rey fue apartado de sus funciones y asesinado días más tarde. La masa enfurecida invadió el castillo, abrió las ventanas y levantó las alfombras. No hubo robos; solo sed de libertad. Los más valientes subieron hasta el torreón donde aquel oscuro cortesano seguía con sus declaraciones, para capturarlo y darle muerte. La puerta se abrió y allí se hallaba un artilugio de donde brotaban aquellas voces. Una serie de hilos y cuerdas entrelazadas asomaban por los laterales de manera que aquel instrumento diabólico imitaba con exactitud la voz humana.

Los mejores expertos en magia y brujería se trasladaron al castillo desde otros reinos y nunca lograron dilucidar el misterio de la máquina parlante pero sí acallaron su poder con un hachazo en sus entrañas. Allí quedó destrozado y olvidado para siempre.

El sucesor del rey tuvo a bien aceptar muchas de las condiciones de sus siervos y oponentes, sabedor de lo que le había ocurrido a su antecesor y no queriendo correr su misma suerte. Desde entonces se respira mejor en aquel reino y, aunque nunca hay que fiarse de nadie, parece que el cambio ha favorecido a todos.

Foto portada: Fotograma de la obra teatral El rey y el bufón, representado en parte de España.

4 Comentaris

  1. Francisco Gonzalez Cano

    La verdad es que es una fabula plausible y de las que se deben contar a los hijos y nietos. Por supuesto habria que añadir que cualquier parecido con personajes reales es pura coincidencia. Enhorabuena.

  2. Buena descripción de una realidad social. Aunque cualquier parecido con “la realidad” sin duda es pura coincidencia. Lo que veo un tanto robesperiano es eso de dar muerte al rey. ¡¡¡¡¡ no, nada de sangre!!!!, no seamos bárbaros. Los Reyes depuestos, al exilio y con garantías de que no podrán volver.

  3. Bona Josep

  4. Molt bon conte i educatiu.

    Aviam si la mare del impresentable li explica el conte abans d’anar a dormir.
    Podé aixi somia que li tallen el coll.
    Molt bona nit nen.