Carlos tatuaje Sabadell

Historias en carne viva trazadas en Sabadell

Amor, desamor, felicidad, tristeza, madurez, inocencia. ¿Cualquier motivo justifica la elección de un tatuaje? La práctica que empezó siendo cuestión de tribus es un fenómeno más que popular en el que se sumergen jóvenes cada vez más jóvenes.

Tátau significa marcar o golpear dos veces. Los guerreros samoanos usaban la palabra para referirse a las marcas de tinta que servían para asustar a los enemigos, probablemente por el proceso que esos dibujos conllevaban: golpeteos que introducían una cuchilla en la piel para después llenar las heridas de tinta. Aparentemente, la Polinesia es la región que posee más tradición en el arte corporal, rito que empezaba a corta edad y se prolongaba hasta no dejar parte del cuerpo virgen de pigmentos. Sin embargo, los orígenes de esta práctica son más antiguos: en 1991 se encontró una momia del siglo II d.C, conocida como Ötzi o el Hombre de Hielo, un cazador neolítico con 57 tatuajes, compuestos de puntos, rayas y cruces.

Herramientas de trabajo de un centro tatto sabadellense. Fotos: P.J.

La tinta en piel se desarrolló con significados distintos según las culturas. En América formaba parte del paso de la pubertad a la madurez; Egipto lo vinculaba a funciones protectoras y Oriente lo utilizaba para marcar a los delincuentes a modo de castigo. Gracias a las expediciones de Colón a América y del capitán británico James Cook a la Polinesia el tatuaje llegó a Occidente. En 1846 abrió las puertas el primer estudio; fue en Nueva York y a cargo de Martin Kildebrandt, primer profesional del tattoo. La máquina eléctrica, invención del neoyorquino Samuel O’Reilly, no apareció hasta 1891. Después la Alemania nazi no dudaría en utilizar la técnica en los campos de concentración.

Más de 1.500 estudios de tatuaje en España

Los noventa del siglo pasado fueron la edad de oro para el tatuaje europeo. Se asoció con la ruptura generacional, pero el mercado ha transformado la práctica en un fenómeno que no entiende de ritos. Según el centro de investigación Pew Research, cuatro de cada diez jóvenes americanos llevan un tatuaje. En España no existen datos oficiales pero Paco Ramos, periodista especializado de la publicación Tattoo, afirma que en 2008 ya había más de 1.500 estudios. Uno de ellos es el de Susana Puig. Estudió Bellas Artes y descubrió el tatuaje en Berlín, donde trabajó durante siete años. Al volver abrió el primer estudio de Sabadell, Susa Tattoo. El negocio estaba en la calle la Borriana, pero se trasladó al número 12 de la calle de la Rosa. El lugar no es en absoluto convencional: su madre, Montserrat Artigas, herbolaria, llevaba 15 años allí y le cedió la parte posterior del local. Susana dibuja, pinta, repasa y después lo repite, pero sobre la piel. Así durante 20 años. Son muchos los que han pasado por sus manos y cada vez abundan más los jóvenes.

Carlos, mientras es tatuado por Susana Puig. Autor: P.J.

Carlos Martínez tiene 20 años y es un estudiante de Sabadell. Susana siempre ha sido su tatuadora, como lo es también de sus padres. Juan Ramón, su padre, encontró Susa Tattoo por causalidad. Tenía 17 años, los mismos que Carlos cuando la tinta llegó a su cuerpo, empezando por el pie. Se tatuó su nombre porque pensó que nunca se arrepentiría y, de momento, la teoría le sigue funcionando:

Al principio pensamos si permitirle tatuarse, pero era algo que vio en nosotros desde pequeño, así que sólo le dijimos que no lo hiciera en sitios visibles, de cara a buscar trabajo”, cuenta Angus, la madre.

Su pasión por la cultura oriental le condujo a otros dos más, una geisha y un buda, cada uno en una pierna. El amor por su familia supuso el cuarto, una pieza de puzle encima del tobillo y su último tatuaje es, por ahora, el más explícito, una frase en las lumbares: “Los sueños sólo mueren si muere el soñador”. Prefiere no especificar más el motivo de su máxima: “Los tatuajes tienen un significado muy importante para la gente que los lleva”, asegura. Las ocho palabras, 70 euros; la suma de todos, 685.

Víctor Ruíz se tatuó un maorí que recorre su brazo derecho. “Ha sido por capricho”, dice. Tiene 21 años, es de Sentmenat y trabaja en una fábrica de manipulado industrial. Le costó varias sesiones en Susa Tattoo y 630 euros. No es el único que lleva: sus costillas permanecerán marcadas por rosas, una por cada miembro de su familia más cercana. En total, su inversión es de 990 euros: “Con todo lo que quiero tatuarme todavía, me da qué pensar”, confiesa.

Víctor, siendo tatuado en el brazo derecho. Foto: P.J.

En el número 10 de la calle Mare de Déu de les Neus está Retro, un estudio a cargo de la argentina Sol. Empezó con 20 años y ya tiene casi ocho de experiencia. Recuerda que quería ser pintora, pero descubrió que “sustituir la piel por el lienzo suponía un reto mucho más interesante”. Su hermano fue su maestro y hoy es ella la que demuestra todo lo que ha aprendido.

Silvia Ortiz, de 20 años, es de Molins de Rei. La peluquera eligió a Sol para tatuarse algo muy significativo: un ángel en el muslo derecho que simboliza a su difunto abuelo: “Hace tres años que falleció y quería hacer algo en su honor para no olvidarlo”, explica. Le costó 180 euros. También lleva una flor en el hombro, de 120 euros, y un ojo en la nuca, de 70.

Ferran
Ferran, de Barberà, mientras le tatúan el brazo en Retro. Fotos: P.J.

Ferran Sierra tiene 24 años y es de Barberà del Vallés. Su trabajo de electricista le permite materializar amuletos en su piel. Desde los 16 años se ha tatuado en Retro. En el último, Sol le dibujó un elefante hindú rodeado de mandalas en su brazo derecho por 800 euros; el izquierdo también lo lleva colorido por un buda que eleva la cifra total a 1.800 euros.

¿Y si alguno se arrepintiera? Hasta hace poco el borrado de tatuajes tenía pocas garantías. No obstante, el procedimiento ha evolucionado positivamente, según detalla David Llatje, responsable de Tatuadores.es:

Hay mucha oferta en materia láser que da buenos resultados sin agredir la piel. La clave está en acudir a un profesional que tenga una buena máquina y sepa usarla”.

Equivocarse está permitido, con los tatuajes también. Eso no justifica la falta de criterio en algunos casos, pero sí parece explicar el afán juvenil en otros: “Quizás me arrepentiré de haber decorado mi cuerpo, como de muchas cosas más, pero también me recordará buenas épocas”, dice Silvia. En la misma línea, Ferran añade que prefiere estar “marcado por tatuajes que por cosas peores”.

El tatuaje es algo histórico: su práctica viene realizándose desde tiempos inmemoriales y en diferentes culturas, cada cual con su significado y su función; pero también es histórico por lo que cuenta o lo que oculta. Cada piel es memoria, recuerdos, experiencia. El tatuaje es historia en carne viva.

Foto portada: Carlos, siendo tatuado. Foto: Patricia Jiménez.

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