Foto portada: assaig de Chanel a Eurovisió. Font: Món Terrassa.

‘Festival de Eurovisión: cuando la música es lo de menos’, por Josep Asensio

Dejé de ver el Festival de Eurovisión hace unos años, cuando me percaté de la gran mentira que significaba creer que lo que se dilucidaba era la elección de la mejor canción y se convertía en un juego de geopolítica. Infinidad de artículos, algunos muy bien estructurados, exponen el poco valor dado a la música y la importancia del voto de los espectadores, que se rige, especialmente, por motivos emocionales, de vecindad de los diferentes países o de esa inmigración que vota en masa a sus países de origen. Por eso Alemania, por poner un ejemplo, vota desde hace unos años mayoritariamente por Turquía, independientemente de si la canción es buena, mala o malísima. Lo mismo sucede con los países del entorno de la antigua Yugoslavia, que, a pesar de los diferentes conflictos entre las actuales repúblicas, siguen apoyando a los candidatos o candidatas de sus vecinos. Por eso España ha salido siempre tan mal parada; por eso, y porque los bodrios que se han ido presentando año tras año no han acompañado, digamos la verdad. Y España, no siendo ya un país que envía ciudadanos a otras partes de esa Europa fracturada, acaba tan aislada que ni Portugal ni Francia nos vota. Eso sí, desde España, los votos salen hacia Rumanía, otro ejemplo idéntico al de Alemania.

Foto portada: Dalma interpretant Bailar pegados a Eurovisión.
El sabadellense Sergio Dalma, representando a España en Eurovisión, el año 1991.

Hace unos años, un día como hoy se convertía en una fiesta ante el televisor. Actualmente, las redes sociales se encargan de machacarnos con actuaciones preparatorias, con nuevas performances, con nuevo vestuario e incluso con diferentes montajes que acabarán en esa gran final tan esperada. Desde esos mismos medios de comunicación nos han ido informando de la importancia del evento, que se convierte en el más visto de todo el año por el número de espectadores. Después de varios periodos de decadencia, parece ser que el Festival de Eurovisión vuelve a sorprendernos, vuelve a posicionarse como una de las posibilidades de pasar un buen rato el sábado por la noche, aunque ignoro cuánto hay de verdad en todo ello y cuánto es mera manipulación.

Este año todavía es más evidente el sesgo ideológico que rezuma el Festival de Eurovisión. Un espectáculo que debería ser únicamente musical, ya ha sufrido siempre los avatares políticos del momento. Inexplicablemente, este año se ha expulsado a Rusia, pero nunca se hizo lo mismo con Israel por la ocupación ilegal de Palestina y por incumplir todas las resoluciones de la ONU en este sentido.

En realidad, siento pena por la ilusión que todos los participantes muestran, por todo el trabajo previo de centenares de personas que trabajan para que el candidato o candidatos de su país queden en el mejor puesto posible. A los compositores y arreglistas de la música se unen estilistas, modistos, técnicos de todo tipo y, cómo no, millones de fans que apoyan de diferentes maneras a esos que subirán al escenario y darán todo lo que llevan dentro. Y digo esto porque la guerra en Ucrania no va a quedar al margen de un concurso que siempre se movió en las aguas movedizas de la política. De hecho, las canciones favoritas (quizás otra de las maneras de incidir en el voto de los telespectadores), fueron desde el principio Italia, Suecia, Francia, Reino Unido y España. Hasta hace unos días, la española era la candidatura más votada en My Eurovision ScoreBoard. La prueba evidente de lo que digo nos la dan las reproducciones en Spotify. Nada menos que 80 millones lleva ya la canción italiana Brividi, multiplicando por cuatro la cifra de Cornelia Jakobs (Suecia), la siguiente en la lista y muy lejos de la canción ucraniana, con seis millones de reproducciones. No obstante, en esta última semana, Ucrania se ha colocado en primer lugar en las apuestas, que no en la lista de las más escuchadas. Es más, desde diversas asociaciones de eurofans admiten con resignación que Ucrania recibirá el “voto de simpatía”, obligándose a declarar que “tienen una buena canción”.

Un moment de l'actuació de Manel Navarro, sabadellenc a Eurovisió l'any passat
El sabadellenca Manel Navarro representando a España en Eurovisión en 2017.

Así pues, nos encontramos de nuevo ante un no-festival, un esperpento que, espero equivocarme por el bien del triunfo de la música, dará a Ucrania como vencedora, lo que reafirma mi opinión de que la canción no importa nada. De hecho, los entusiastas del Festival de Eurovisión no paran de escuchar la canción ucraniana para creerse que les gusta y así asimilar el esperado triunfo. Aclaro que no tengo nada en contra de esa mezcla de ritmos folclóricos y rap, sino del hecho demostrado de apoyar a un país en guerra a partir de sus representantes en el Festival de Eurovisión, cuando seguramente deberían estar completamente al margen cuestiones no musicales. Pienso sinceramente que es una falta de respeto a todos los participantes el apoyar a un determinado país mediante la publicación de encuestas subliminales o de porcentajes de las casas de apuestas. Otros medios prefieren explicarnos la vida privada de los componentes del grupo ucraniano, uno de ellos sirviendo en la unidad de defensa territorial y otro unido a un grupo de voluntarios que suministra medicamentos y ayuda a los refugiados que huyen de la guerra.

No recuerdo un caso igual en toda la historia del Festival de Eurovisión. Tampoco recuerdo que Bosnia-Herzegovina ganara ningún certamen en los años que duró la guerra en el país balcánico. Su primera participación, en 1993, y las sucesivas hasta el fin de la guerra en 1995, no logró esa empatía que ahora sí se da con Ucrania. Una indiferencia tan real como dolorosa y que habría que analizar.

Por eso no voy a estar delante de la televisión esta noche. Leeré un buen libro o repasaré la participación de España en otras ediciones en mi dispositivo. Aunque, probablemente, recordaré con añoranza el triunfo del portugués Salvador Sobral en 2017 con su canción Amar pelos dois, un año que recordaré siempre por la afirmación de la música como origen y fundamento del certamen. Como la suspicacia está a la orden del día, si alguien cree que no quiero que gane Ucrania no ha entendido nada de lo que he escrito o forma parte de ese sectarismo impuesto que nos impide pensar por nosotros mismos.

Foto portada: ensayo de Chanel a Eurovisió. Font: Món Terrassa.